Los maromeros: fotografiar una herida abierta

Hay personas que escriben para sanar, otras para ser vistas. Hay quienes escriben como último intento por no rendirse. Elena, la protagonista de Los maromeros, escribe por todas esas razones al mismo tiempo.
Hace unos días me tocó cubrir esta obra en el Teatro Salvador Novo. No era una función más. No lo supe al llegar, pero lo entendí con cada imagen que capturé. Frente a mi lente no había solo actrices interpretando, sino heridas abiertas, escenificándose con una honestidad feroz. La directora, Verónica Musalem, lleva más de treinta años en el teatro, y eso se nota: hay maestría en cada gesto, en cada silencio, en cada universo que logra abrir.
Como fotógrafo, me encontré retratando no solo escenas teatrales, sino emociones humanas que conozco de cerca. Elena me recordó a muchas personas —y quizá también a mí mismo— que crecieron sintiendo que solo serían amadas si eran excepcionales. Que el amor se gana. Que el valor se prueba. Que el descanso solo llega después del éxito. Que la imperfección es una amenaza.
Pero en escena, lo imposible ocurre: irrumpe una amiga del pasado, extrovertida, provocativa, sin miedo a romper moldes. La invita a vivir, a salir de su casa, a bailar, a beber, a tener sexo por el gusto de hacerlo. Y aunque al principio parece una provocación barata, en realidad es una rendija por donde entra la luz.
Es en ese escape donde Elena empieza a ver que tal vez no necesita escribir el libro perfecto. Tal vez solo necesita contar su historia. O más aún: vivirla. Y al hacerlo, las historias cobran vida —literalmente— en escena. Los maromeros, esos narradores callejeros que mezclan verdades y mentiras como quien lanza una moneda al aire, se vuelven el espejo de su propia mente.
Como fotógrafo, vi una transición sutil pero poderosa: de la oscuridad a la claridad. No en la iluminación, sino en los rostros. Vi cuando un personaje deja de esconderse. Vi cuando una actriz deja de fingir el dolor y simplemente lo habita. Vi cuando una mujer se narra a sí misma y, al hacerlo, empieza a sanarse.
Lo que aprendí fotografiando Los maromeros
Lo que más me impactó de cubrir esta obra fue lo invisible. No las luces, ni el vestuario, ni siquiera los grandes diálogos (aunque los hubo). Lo que me marcó fue ese momento donde el arte deja de ser representación y se vuelve espejo. Donde uno se ve reflejado en una mujer rota que se ha exigido tanto, que ya no recuerda cómo se siente ser suficiente sin tener que demostrar nada.
Y es ahí donde conecté con algo más profundo: tal vez todos cargamos una libreta vacía. Tal vez todos nos hemos sentido alguna vez como esa escritora al borde del abismo. Pero también, como ella, podemos reconciliarnos con nuestras imperfecciones y empezar a escribir sin miedo.
Porque, al final, la vida se parece a los maromeros:
Aso como los maromeros, la vida nos cuenta miles de historias: historias de quien tenemos que ser, de como ser felices historias del bien y del mal, pero al igual que las historias de los maromeros no podemos saber cuáles son verdades o mentiras y en ocasiones es difícil diferencias las historias dentro de otras historias y todo parece no tener sentido. Para ello te propongo algo, no creas nada del todo ni seas del todo incrédulo que parte de tu camino sea descubrir, experimentar y equivocarte.
Y, si algún día ves la obra, comprenderás que quienes creen todo pueden terminar locos y aquellos que no creen nada simplemente no llegan a nada y pareen personajes inconclusos. Lo mejor que puedes hacer es aprender a escuchar a los maromeros, a la vida, y así encontrar la historia con la que puedes vivir, superarte y crecer.
